¿Qué hace un antropólogo social? ¿En qué consiste su trabajo de campo? ¿Cual es la esencia de su investigación? ¿Qué vale? ¿Qué apunta en su libreta? ¿Quién vale? ¿De quién escribe? ¿Cuándo para de escuchar y escribir?
Claro que las respuestas para estas preguntas dependen del investigador individual y su proyecto, así que hoy quiero compartir un día ejemplar de mi trabajo de campo aquí en las marismas sevillanas, cerca del pueblo Villamanrique de la Condesa y la ganadería brava Partido de Resina, antes Pablo Romero. Cuando digo “un día ejemplar”, quiero decir un día ideal y muy ocupado. No voy a escribir de los días cuando duermo hasta tarde o las tardes cuando “tomar algo a las seis” quiere decir “no vas a dormir temprano esta noche”. Estos días trabajo también, pero menos, y quiero mostrar lo que busco en un día ideal de trabajo de campo como antropólogo social. No sé si el día que elegí fue provechoso para el material que va a formar parte de la esencia de mi investigación. Eso lo sabremos cuando escriba mi tesis. Bueno, la tesis vendrá más tarde, ahora te presento un día ejemplar con los marismeños (¡de tipo humanos, toros y caballos!).
Un desayuno que fortalece, en el bar de José y Juan, cerca de mi piso en Villamanrique.
Como todos los días buenos, mi día empezó en el bar a las ocho, hablando con la gente del pueblo y mirando las noticias. Muy andaluz, como mi tostada con jamón, tomate y aceite. Preparado para todo lo que puede pasar, salí del pueblo a ver lo que estaba ocurriendo en la ganadería brava, donde paso la mayor parte de mi tiempo aquí.
Empezamos a las nueve. En este día estabamos dos, Joaquín el mayoral y yo, así que salimos inmediatamente a caballo para dar una vuelta por la finca, controlar las vacas y terneros, y correr los toros.
Joaquín con sus perros en la niebla de la mañana. Desde el momento cuando se despierta, está en contacto con el representante y ganadero de la ganadería, con compradores de toros y mucha gente que necesita algo del mayoral.
El mayoral sale del patio del cortijo para unirse conmigo fuera de la puerta, donde he estado calentando un caballo que tiene menos experiencia que el suyo. Un rato de picadero prepara este caballo para que se concentre en su trabajo con ganado bravo.
De primero, verificamos los campos de las vacas y sus terneros, ahora con sus sementales respectivos. Saqué esta foto porque el ternero del centro, el que tiene la punta de la cola blanca, nos acordamos de un toro que Joaquín tuvo que alimentar con biberón hace unos años (porque su madre no le quería). Cuando llegó el momento de destetar los añojos y de separarlos de sus madres, el macho joven – “Blanqui” – estuvo reunido con sus hermanos en el campo, ahora Blanqui tiene cuernos muy abiertos, así que va probablemente a las calles este año. Este tipo de acontecimientos son muy interesantes para mi. Mi libreta está llena de historias enternecedoras como estas.
Joaquín y Cabezón esperando que una vaca se mueva. Dice que el caballo sabe bien cuales son las vacas peligrosas y donde hay que parar para evitar que ellas arranquen. Estoy aprendiendo estas cosas, así que cuando damos un paseo juntos, miro a ambos, el mayoral y su caballo y por su puesto mantengo la distancia entre el ganado bravo y yo.
También hay que comprobar las vallas y las fuentes de agua.
En esta foto hay demasiada luz, pero muestra bien la intensidad del sol de marzo, para un escocés al menos. Ya me quema. Soy de los Highlands de Escocia, la región montañosa más al norte del país, así que estoy acostumbrado a encontrar los puntos de referencia geograficos – como lo de la foto – encima de las montañas. Pero este pequeña pilar marca el punto más alto de esta zona de las marismas sevillanas, no obstante no es mucho más alto que sus aldredores.
Y por fin llegamos a los toros. En esta foto, un toro nos mira mientras nos acercamos a su terreno (saqué la foto de una distancia bastante larga). Además de las vallas y el agua, hay que cerciorarse de que no hay toros heridos o de que no se han escapado. Al final de cada día crece mi vocabulario sobre los toros (y de andaluz también – ¡hay mil palabras para cada cosa en andaluz!). Por supuesto, no hablamos sólo de los toros, como dos hombres jovenes y amigos, hablamos de varias cosas – nuestras vidas, el pueblo y mucho más. La gente y sus animales. La gente y sus pueblos. La gente y su paisaje. La gente y su gente. Todo es interesante para un antropólogo que quiere entender una ganadería en su contexto.
Dos utreros peleando ligeramente, mostrando que también es posible emplear los cuernos de modo sensible, aun con todo el peso del animal atrás de las agujas.
A veces, cuando volvemos de ver a los animales, me quedo más tiempo en la ganadería para seguir aprendiendo. Otras veces, como mi día ejemplar, vuelvo a mi piso para hacer mis notas y enviar a Joaquín las fotos bonitas del día para que pueda subirlas a twitter. Este día volví a casa, pero allí me di cuenta que tuve el tiempo de hacer algo más antes de la hora de comer. Decidí ir a ver a mi amigo José en su finca cerca de Pilas. Como escribí en mi último artículo, José es un hombre mayor y sabio, que tiene mucha afición a los toros en general y a los pabloromeros en particular. A veces trabaja en la ganadería como vaquero. Es un hombre muy generoso, comparte su tiempo conmigo a la vez que me enseña a montar a la vaquera. Cerca de la una de la tarde pensaba montar un rato y después volver, pero José me propuso cabalgar su caballo – “Bandolero” – los 18km desde Pilas a su casa, que está cerca de Aznalcazar. Dijo que allí podríamos almorzar. No importa que no llevara crema solar, aguantaría el sol de marzo aún si soy del norte. Empecé el camino con gusto.
¿Qué va a aprender un antropólogo que monta solo en medio de los olivos y los pinos entre dos pueblos andaluces? De hecho, el camino no es tan desolado. Es sorprendente el número de personas y animales que encuentro allí. Además, estos viajes pequeños forman una parte del desarrollo de mi amistad con José. Tampoco podemos olvidar que cada hora a caballo supone aprender bien a montar. En junio, espero hacer el camino al Rocío con José, su familia y su hermandad.
Un encuentro fugaz con unas yeguas y unos potros mientras atravesamos el vado del Quema. El mosquero muestra en esta foto que Bandolero anda bien sin importarle el terreno.
Después de una hora cabalgando tranquilmente, hallamos un carruaje tirado por dos mulas en el camino muy cerca de la casa de Nogales. El carruaje estuvo lleno de gente que llevaron gorras, ropa del campo y medallas de peregrinación. Ya fueron casi las tres, así que iba a intentar de rodear el grupo con un saludo cortés y nada más (¡sé bien que eso es una actitud muy británica!), pero los hombres no iban a dejarme pasar sin tomar algo. Me invitaron amigablemente al lado del carruaje y no podía resistir. Bandolero rodeó las mulas con cuidado. Me preguntaron si quería tomar algo y sacaron una cerveza fría.
“¿De donde eres?”
“Oh, eres de Escocia, pues ¿quieres un whisky?”
“¿Que haces aquí?”
“¿De donde es el caballo?”
Muchas preguntas más tarde, me fui. Me sentí un poquito inepto como antropólogo. ¿No soy yo quien tiene que preguntar las cuestiones? No supe ni de donde son. Mientras llegabamos a la casa de Nogales, me preguntaba si los encontraría a mi vuelta.
Los almuerzos con José son siempre agradables. Si voy un viernes, comemos espinacas y garbanzos, con ensalada o algo así. Dice que no hay controles de alcoholemia a caballo, así que bebemos una cerveza. Hablamos, y a veces tecleo notas en mi móvil porque no llevo siempre mi libreta cuando monto a caballo.
Una vez revitalizado, Bandolero y yo empezamos el camino de regreso, moviendonos soñolientamente en zigzag entre los arboles antes de despertarnos para galopar en los caminos de arena. Creo que un viaje de 35km en total merece un almuerzo bueno, pero no supe que iba a estar alimentado de nuevo dentro de poco tiempo. Mientras que nos acercabamos al vado, escuché el tintineo de vasos y botellas. Como era de esperar, los hombres y su carruaje estaban parados en el otro lado del rio. Entonces, entre pollo frito y cervezas, descubrí que los hombres eran de Malaga, un grupo de amigos y una parte de la Hermandad de Malaga la Caleta. Ellos tambien irán al Rocío en junio.
Después de un rato con los amigos, me despedí y volví a la finca de José para cuidar el caballo y entonces volví a Villamanrique donde vi de nuevo el carruaje en la plaza.
Los Niños de la Hermandad de Malaga la Caleta, conmigo en la plaza en Villamanrique de la Condesa.
Charlabamos un poco más, tomamos un café. Fue un día bueno. Conocí gente nueva y también lo pasé bien con mis amigos. Eso es una parte importante de mi trabajo, eso de relacionarme con los marismeños y con la gente que viene aquí. Es importante porque es como voy a conocer esta esquina del mundo. A veces lo que apunto en mi libreta es un poco caótico. Escribo de personas y animales, de amigos y desconocidos, de hechos y sentimientos. Escribo un poco de todo. Pero no es solo lo que apunto que es importante, también me importa mucho lo que aprendo cuando trabajo o simplemente paso tiempo con la gente de aquí.